viernes, 24 de octubre de 2014

Volar

Cerré los ojos un instante. 
Juraría que lo había hecho hacía un segundo, pero mi cuerpo y mi mente ya no eran uno. Mi cuerpo estaba por ahí, no sabría decir dónde, pero mi mente se había desprendido y volaba. Ese vuelo en el que recorre kilómetros en segundos. 
Ya conocía esa sensación, había vivido lo mismo una y otra vez anteriormente y me resultaba familiar. Hasta ahora, todas las veces eran de igual forma. 
Jamás he descifrado ningún paisaje y a pesar de mi vértigo, esos viajes, esos vuelos eran sensacionales. No es el volar o el a dónde; es el sentir que flotas, que te elevas sin importar tu peso y ligero como una pluma te desplazas de aquí a allá. 
Conmigo siempre vuela mi familia y mis seres más queridos. Lo mejor de lo mejor a mi lado, como si yo fuese el líder de una manada. En el cielo era el rey. El sol parecía esconderse para dar paso a una gran y reluciente luna, a sabiendas de que prefiero la noche. Ante ella, nosotros tan pequeños podíamos hacernos pasar por estrellas apagadas; o muertas por ser un amor no correspondido. 
Podía rozar las nubes con la yema de mis dedos y embriagarme de su agradable y dulce olor. 
No había espacio para el dolor, arrepentimiento, culpas, enfados, heridas o algún otro malestar. 
Piensa en el amor sincero y mutuo de la pareja. El placer de la comida más exquisita que puedas saborear. La euforia de estar en primera fila en el concierto de tu vida. El hacer eternos a los abuelos. 
Piensa en la felicidad máxima. 
Eso sentí al volar en mi sueño.
Volar era mi billete a la felicidad.

Y entonces, abrí los ojos y recordé cómo volé. Recordé que para mi volar es tan simple como tenerte a mi lado, agarrando mi mano y sonriéndome. 
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