lunes, 16 de abril de 2018

Coraza de acero XVI


Jose ya se conocía el pasillo de la planta de hospital de punta a punta. Conocía el número exacto de baldosas, de puertas de habitaciones, los números de la máquina expendedora de KitKat, Haribo ositos y del Monster. Conocía el nombre de todos los médicos que había y que habían pasado a visitar a Luis. También el de cada enfermera, incluso aquella joven que parecía intentar ligar con Jose en cada ocasión, sin importarle lo destrozado que estaba y el estado de su amigo. Aún así, él sonreía vagamente e ignoraba sus intentos.

Uno por uno iban pasando por allí sus amigos. Sandra y Virginia eran las que más estaban allí con él, pero sobretodo intentando que fuera a casa, que se duchase y durmiera en su cama.
Pero él de allí no salía junto a los padres de Luis.

Lo cierto es que su aspecto dejaba mucho que desear desde que ingresaron a su amigo. Había perdido algo de peso, se le notaba incluso en la cara. Tenía la barba más poblada y desarreglada de lo que acostumbraba y las ojeras no abandonaban su cara. Los dolores de espalda de dormir en la incómoda silla lo estaban matando.
Pero lo que más le hacía sufrir eran sus heridas internas, las del alma y la culpa.

Viéndolo bastante mal, ya tras días allí, Miriam y Sandra lo harían salir sin permitir un no. Miriam se quedaría todo el día y la noche acompañando a la madre de Luis, tal y como él hacía, no iba a tener ocasión de estar ahí.
Sandra lo llevó a casa, le obligó a ducharse, afeitarse y comerse un enorme plato de arroz con pollo, el plato estrella de su madre. Pasearon, tomaron café. Sandra fue un apoyo enorme, especialmente ese día. No se separó de él y no dejó de intentar hacerlo reír hasta que lo logró.
Por la tarde, ya llegando la noche, estuvieron en casa de él, necesitaba el descanso y el calor de su hogar. Estuvieron viendo Netflix, hasta que él se durmió. Ella no lo hizo, se limitó a quedarse abrazada, acariciándole y pensando en la suerte que tenía de haberse cruzado con él y por qué extraño motivo su prima lo habría perdido. No tenía mucho sentido. Más bien ninguno. Pensó que quizá la distancia hizo que ella le sustituyera por no poderse ver. Por celos. Cualquiera tendría celos teniéndole a él y no estando cerca. No porque él diera motivos para desconfiar. Es que quien le conociese, estaría deseando tener algo con él. Entre posibles quizás y pensando en lo caprichoso que es el destino de ‘haberle arrebatado’ el chico a su odiada prima, el sueño fue venciéndola. Su último pensamiento fue… ‘Realmente… ¿qué pasó entre mi prima y yo? Ni tan si quiera lo recuerdo.’

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