Salta adentrándote en el abismo que me llena, e ilumina mi oscuro interior.
Intenta, si puedes, modificar mi tenebroso pasado.
A ver si tú, desde dentro, puedes corregir eso que sé que fallo, pero sigo repitiendo.
Dime de mi qué puedes ver. Cuéntame cuánto queda del niño que fui ayer.
Puedes destruir mi alma o sanar las heridas por las que aún cicatriza mi corazón. Si tienes ambas opciones, si estás en mi interior, no olvides que es porque he dado pie a ello y te lo has ganado. De cualquier manera, mi confianza es tuya. Tú decides si traicionarla.
Toca el nervio del recuerdo y devuélveme todas esas imágenes que había perdido de cuando era un crío.
Me encantaría poder ver a través de mis ojos la mirada de mi madre al verme nacer.
Yo tan pequeño, tan frágil. Ella tan feliz, llorando. Me sumergiría en el mar que supone sus lágrimas, buceando hasta unirme a ella y hacerle saber que sin haber vivido, ya la quise.
Baila sobre el festival de color de mis ojos, pero con cuidado, un mal paso te haría perderte para siempre en la amargura de mis pupilas. Tienden a dilatarse cuando algo no va bien. Me avisan, pero tarde, yo ya estoy aturdido. No he sabido ver el peligro hasta tenerlo delante.
Y ahí estás.
Tan tentadora como dañina, aunque no lo sepas ni sea intencionadamente.
A mi lado me das la vida y se desvanecen mis energías al verte marchar.
Pero eres mía.
Tu imagen en mis pupilas.
Saltas a mi interior.
Me invitas a ser parte de tu vida dándome la mano.
Nuestras miradas fijas, la una en la otra.
Estoy a un paso de tu abismo.
El precipicio de mi mirada, reflejado en tus ojos.
-¿Quieres que forme parte de ti?
Y tú sólo me respondes:
-Salta.
Y así me perdí para siempre,
entrando por tus ojos.
Dejando mi fruto en tu vientre.