miércoles, 25 de febrero de 2015
Coraza de acero XIV
Salieron a la calle, Jose colgado casi del hombro de su amigo. Por la falta de costumbre de beber alcohol se le había subido demasiado rápido a la cabeza.
Del final de la calle surgieron tres siluetas; tres muchachos que hablaban entre ellos y reían. Una de las voces era excesivamente familiar a Luis, el cual no tardó en arrastrar a su amigo en la dirección contraria.
-Venga, vamos. Intenta andar, mamonazo. Si llegamos pronto a tu casa echamos un fifa, verás lo que mola jugar borracho.
-Si no me mantengo en pie, voy a jugar bien, flipado. - Le costó un rato vocalizar lo suficientemente entendible.
Entre pasos lentos e inestables avanzaron con las risas cada vez más cerca de ellos. De pronto silencio.
-Eh, ¿tenéis fuego? - Una voz por detrás les gritó, más alto de lo necesario debido a la cercanía.
-No te gires, anda. Si puedes, corre a casa. - Luis le susurró mientras agarraba a tiempo a Jose para que no se girase.
-Eh, venga. Sólo fuego, no queremos molestar. - Era otra voz diferente.
-No tenemos fuego. - Luis aceleró el paso arrastrando consigo a Jose, borracho y ahora confuso, sin saber qué pasaba.
-¡Eh, tronco, pero si yo te conozco! - Habló la tercera voz, a la vez que le sujetaba del hombro.
El instinto de Luis fue girarse echándose hacia atrás. Fue un movimiento rápido y calculado; algo que esperaba hacer. La rapidez sorprendió a quien le iba a agarrar, que dio un respingo.
-No, no os conocemos.
-Claro que si cabrón. - Ese rostro conocido le desafiaba con la mirada - Tú me dejaste sin follarme a aquella zorra. Y me pegaste.
-A mi me zurró el mierda este de tu amigo. Las tías querían rabo. Eso no estuvo bien.
Sólo se necesitó una milésima de segundo.
Su avanzado entreno de boxeador se lo facilitó todo.
Luis impactó el puño cerrado - otra vez - en la cara del mismo tío de la discoteca. Su mano izquierda buscó al otro más cercano, golpeándole en el pecho.
Para entonces Jose yacía en el suelo cubriéndose la cara de las patadas que le propinaba ese que recibió su paliza días atrás, buscando su venganza.
La mirada de Luis se enfureció más. De una patada en el gemelo atrajo la atención del agresor y otra en la espalda lo tumbó. Cuando iba en busca de los demás ya fue tarde. Uno le sujetó del cuello y el primero en recibir sus golpes (el de la discoteca) le golpeó de lleno en la boca del estómago. Seguido de otros cuantos, alternados en la cara, la cual sangraba sin parar. El tercer amigo se levantó, aunque con dificultad, y se sumó a patadas con Luis, dejándolo totalmente inconsciente.
-¿¡Pero qué...!? ¡¡Quietos!! Dejadles hijos de puta. Valientes mierdas. - La voz del dueño del bar hizo que los tres chicos de alejasen corriendo de la pelea. Él fue corriendo a ayudar a Jose y a Luis, tumbados en el suelo, con el primero gimiendo de dolor, y el segundo sin moverse.
martes, 10 de febrero de 2015
Coraza de acero XIII
-Luis, te juro que estoy ya hasta los huevos. Nada me sale bien, coño.
-Pero tío, que no puedes pensar eso. Si eres un tío de puta madre, la vida te va a recompensar. Date tiempo.
Estaban en un bareto cerca de sus casas. Era viejo pero tenía algunos sofás y un par de billares. Intentaba parecer moderno dentro de sus posibilidades. Luis eligió ir allí a sabiendas de lo poco frecuentado que era, pues "una cerveza" de Jose significaba emborracharse, hablar sin parar y vaciarse por dentro. Por eso quiso la intimidad de aquel antro.
-Pero, ¿te puedes creer lo de esa perra? ¿Eh? Me jodo lo que no está en los escritos por querer hacer las cosas bien y se mosquea por no decírselo antes. Si se lo digo antes seguro que se habría cabreado. Si es que no hay quien entienda a las mujeres. Pero ese es nuestro puto instinto y problema: pillarnos de ellas. Nos va el morbo, lo peligroso y complicado. Y vamos a por ellas sabiendo que son malas, porque lo son. Pero las necesitamos. Yo necesito amor. No del tuyo, hermano. Se que me quieres y cuidas de mi. Yo también te quiero. Pero necesito amor del saber que algún corazón late al ritmo del mío. Del de pensar lo mismo a la vez y las risas que se contagien acaben en besos. Quiero de ese amor que no necesite más que una mirada para entendernos. Pero la culpa es mía, por gilipollas y pillarme otra vez, como si no tuviese bastante con el corazón roto una vez. ¿Quieres otra birra?
-No, aún tengo. - Luis no bebía, jugueteaba con el cuello de su botellín casi intacto, soportando el aluvión de mierda que su amigo soltaba.
-Haces bien. Yo mañana me acordaré de esta noche, menuda resaca tendré. Pero hoy necesito no recordar nada más. Cuida de mi, hermano. Te necesito. ¡Jefe! Un Cacique-Cola. No sé qué haría si tú también me fallaras. Y pensar que pude haberme follado a la tía que ahora te hace sonreír. Soy un mierda. ¿Cómo os va? - Se notaba a Jose gravemente perjudicado. No debería beber más, la cabeza le explotaría al día siguiente.
-Bueno, bien. Estudia fuera y viene mañana. Ya veremos, poco a poco.
-Buah, cómo me alegro. Espero que no sea otra puta zumbada como la mía y no acabes así. - Acabó señalándose a sí mismo, demostrando su borrachera - Ahora se que soy lo peor pero no puedo parar tío. Estoy acojonado del día a día de mi vida. Vivo en una putada constante. Y ahora ella me putea más. No sabe que la necesito. No tiene ni puta idea de nada. Joder, ¿sabes qué? ¡Que a la mierda! La mando pero ya a la mierda. - Se levantó tambaleándose y sacándose el móvil del bolsillo - Será por tías. Le escribo y adiós. ¿Nos vamos de fiesta? Me han dado ganas de pillar a alguna para desquitarme.
-¡Tú estás fatal, loco! - Luis se lanzó por encima de la mesa arrancándole el móvil de las manos. - Quieto, enfermo. ¿Qué tienes en la cabeza? Nunca has sido así. Acábate esa mierda, nos vamos a casa ya.
Jose enterró la cara en sus manos entre lágrimas. En su interior, el último pedacito de él mismo que quedaba consciente de todo, sabía lo mal que estaba actuando. Pero era un 1% contra 99% queriendo olvidarse de todo, pasar página y poder ser feliz. Ya tocaba, después de año tras año sufriendo.
El abrazo de Luis que le pilló por sorpresa fue el detonante, y arrancó a llorar en silencio en el hombro de su amigo, sabiendo que a veces no era necesario beber, ni insultar a nadie, criticar problemas o huir. A veces lo necesario es un abrazo sincero para desahogarte de principio a fin.
martes, 3 de febrero de 2015
Vacío por dentro
Por más que abro los ojos, sigo sin ver.
Por más que grito, las palabras no suenan.
Por más que alzo los brazos, estos no reaccionan.
Por más que intento andar, no avanzo.
Debería sentir miedo, pero no recuerdo esa sensación, ni la de tragar saliva por la tensión.
Intento pensar qué ocurrió para acabar en esta situación, pero mi mente tampoco me hace caso. ¿Esto es lo que se siente al morir? ¿Nada? Ni siquiera mi pulso se dispara ante ese pensamiento.
Intento escuchar a mi alrededor, en vano. O no hay ni el más mínimo sonido o tampoco puedo oír. No sería raro que no pudiese controlar mi oído, como el resto de mis sentidos o cuerpo.
Lagunas mentales anulan mi capacidad de reacción.
Floto entre la nada, sin saber cómo llegué ahí. Pero en mi mente sólo se forma un remolino negro que mezcla mis ideas hasta hacerlas desaparecer y de nuevo; nada.
No sé dónde estoy ni cómo ni cuándo llegué.
Estoy consciente pero no puedo hacer nada.
Pienso, pero no recuerdo.
Entonces vino a mi mente todo lo que dejaba atrás, pues este era mi fin.
Mi ciudad. Mis calles encantadas que me enamoraron. Mi madre. Mi familia. Todo por lo que había luchado en la vida. Por los sueños que morían conmigo sin poderlos cumplir. Las estrellas apagadas que no vi. Las despedidas que jamás me atreví. Los caprichos que nunca me di. Los hijos que no podré tener. A ti. Los besos que te prometí.
De repente abrí mis ojos y me sorprendí frotándolos y limpiándome las lágrimas que de ellos brotaban. Pude mover mis piernas y sentarme. Suspiré, arrastrando mis palabras de alivio.
Pude notar mi mente funcionando a toda velocidad, mostrándome millones de imágenes con total nitidez y borrando el miedo y la tristeza para sustituirlo por alegría y vida. Estaba más vivo que nunca.
No estaba en ningún extraño lugar; era mi cama.
Estaba muy lejos de morir y al fin comprendí.
Todo fue después del último beso y al dormir.
Me quedé vacío al vencerme en sueños.
Sin cuerpo ni alma.
Sin sensaciones ni decisiones.
Vacío.
Porque te lo di todo; todo lo que soy es gracias a ti y te pertenezco.
El fluir... Simplemente es la sensación de quererte