Siempre era yo. Yo y mi estúpida manía de ilusionarme.
Mi torpe costumbre de creer que podría volver a sentir las mariposas en mi estómago, cuando si las hubo tiempo atrás, ya murieron. Ahora en su lugar es carne putrefacta lo que habita en mi interior.
Tampoco hay ya nada de ese león que se comía las mariposas. Ahora es un gatito y mis ilusiones su ovillo con el que jugar, de aquí para allá, ajeno a cualquier realidad.
Pero ese minino se asusta ante el ladrido del perro que corre en su búsqueda, como si le fuera a alcanzar. Rápido y astuto huye, por ésta vez, pero vive intranquilo. Aún así, mejor inseguro viviendo su vida a su modo, que creyéndose libre mientras le ponen el bozal y la correa, más pareciendo una marioneta en sus manos.
Todos somos dóciles. Alguna debilidad tenemos y la mía son las ilusiones.
¿Cómo fui capaz de dejarme engañar?
Aunque es fácil hacerlo cuando crees firme y ciegamente en algo.
Creí que sería posible, que una vida mejor y más feliz estaría ahí para mi, a la vuelta de la esquina. Que no tenía que hacer nada, que simplemente, llegaría.
Quizá pensé que ese golpe de suerte llegaría en forma de nombre y apellidos.
Que vendría en la complicidad que nace tras un abrazo al celebrar un gol en el campo de fútbol de mi equipo.
En un cruce de miradas en el autobús.
En el roce de manos al ayudar a recoger algo caído, como en las películas.
De unos favs en Twitter.
En la sonrisa al repasar las fotos de Instagram.
Pero podría haber sido perfectamente un viaje.
El típico sorteo que nunca toca, pero por una vez, se rompen los esquemas y ganas.
Algo tan simple como una felicitación por el trabajo bien hecho, en vez de sólo machacar cuando fallas.
Puede venir en la sonrisa de un niño pequeño que me mira en plena calle.
En el olor a lluvia cuando estoy más decaído.
Ese trébol de cuatro hojas, que esté ahí en el suelo, como si llevara mi nombre.
Aquel paquete que olvidé que había pedido y me cambia el humor.
La carta de un conocido.
Ese mensaje que todos esperamos y que nunca llega.
Que mi artista favorito me mire a mi, entre el público, cuando recite mi frase favorita.
Pero, ¿qué más da? El café se me enfría. El helado se me derrite. Los planes siempre me salen al revés. Mi vida es un continuo traspié.
Empezar algo y dejarlo a medio hacer.
La cantidad de historias que dejé sin terminar porque en la vida he sabido cómo avanzar, ni cómo hacer un bonito final.