Todo lo que creías que era tu mundo ahora carece de importancia. De un momento a otro ha dejado de existir. Queda atrás, en el pasado. Tan lejano que no puedes recordar nada de él.
De repente te ves sumido en un oscuro vacío, con una sensación de vértigo, con la impresión de estar cayendo sin saber a dónde, sin tener ni idea de cuándo aterrizarás.
De repente te ves sumido en un oscuro vacío, con una sensación de vértigo, con la impresión de estar cayendo sin saber a dónde, sin tener ni idea de cuándo aterrizarás.
La soledad te abraza; notas sus negros brazos, que no ves, pero sientes como te rodean. La ropa deja de mostrar tono alguno, por más que parpadees no te acostumbras a la oscuridad y no puedes visualizar nada, ni el más mínimo atisbo de color. Estás rodeado de arriba a abajo de un negro tan oscuro que notas incluso su espesura en el ambiente.
La más absoluta soledad te embriaga. Ahora ves, escuchas y respiras soledad. Te ha envuelto por completo y ya ni tan siquiera piensas en tu familia o amigos. Ya no importan porque ahora solo estás tú y tu soledad, y ella supera a cualquiera. Los ha deshecho de tu memoria. Esforzarte para pensar en ellos es en vano. Te nubla los pensamientos porque en tu mente ahora solo habita una sensación de soledad.
Notas algo que en su día serían ganas de vomitar, pero ahora no tienes ni eso. Tampoco sabes si tienes algo que echar, ¿cuándo fue la última vez que comiste? No tienes ni idea de si estás lleno o hambriento. No sabes qué te ocurre ni cómo describirlo.
No sabes si estás cansado o no, pero te gustaría dormir, o si ya lo haces, despertar de esta pesadilla.
Quieres caminar pero no sabes si ya estás dando pasos. No sabes si avanzas. No ves camino, no te ves a ti, no notas tus piernas, no notas nada. No sabes si estás flotando o sobre una superficie, de pie o tumbado.
Sientes que te estás asfixiando aunque no tardas en darte cuenta que no aprecias si estás respirando o no. Intentas coger aire, pero en tus pulmones no entra nada. No notas tu pecho palpitar por el bombeo de tu corazón, pero tampoco puedes palpar tu pecho en busca de esos latidos ya que no comprendes si tus manos no reaccionan o es que no sienten nada, porque tú intuyes que sigues teniéndolas junto a los dedos, pero no hay forma de comprobar si aún forman parte de ti.
Tratas de gritar con todas tus fuerzas, quieres pedir ayuda aunque no sabes a quién; no puedes pensar, no hay nadie que se te venga a la mente. Tampoco recuerdas una palabra apropiada que decir, igualmente, no salen palabras de tu boca o algún otro sonido. ¿O es probable que no te oigas a ti mismo?
Lo único que alcanzas a escuchar son los gritos de la soledad.Te han arrebatado incluso las palabras, dejándote vacío y solo. Solo y desarmado. Desalmado.
Te desesperas por momentos cada vez más, o al menos es lo que habrías hecho en otro momento... O en otra vida, puesto que no puedes rememorar nada de ésta que vives, si lo que haces se puede llamar vivir.
La gente deja su mente en blanco. La tuya se ha quedado en negro.
Aquí, sin sensaciones, no sabes si estás triste o feliz.
No recuerdas la risa de tu madre, ni la firmeza del abrazo de tu mejor amigo.
Has olvidado lo que tu cuerpo experimenta cada vez que alguien te besa.
No sabes si estás angustiado o este es tu modo de vida.
No sabes si está bien o mal lo que te sucede, o si esto es lo que mereces.
No sabes si volverás a sentir el calor del sol sobre tu cara.
No sabes si habrá una nueva noche de lluvia de la que refugiarte.
No sabes si merece la pena luchar o es mejor dejarse vencer.
Solamente sabes qué es lo que hay, o lo que no.
Nada.
No hay nada.
No hay espacio ni tiempo.
No hay humano, no hay pensamiento, no hay sentimiento.
Hay soledad.
¿Pero eso es haber algo?
Tienes la soledad que es no tener nada.
Entonces, ¿tienes algo?
Sabes que tienes algo, pero es algo que te lo ha quitado todo.
Como si te hubiesen atado a un enorme tirachinas y lanzado hacia arriba con toda la potencia posible, sacándote de toda esa vorágine de sensaciones terribles que experimentabas, abres los ojos notándolos humedecidos. A pesar de que te cuesta, mueves los dedos aún entumecidos, sintiendo el cosquilleo de cuando se han dormido y empiezas a recuperar la circulación. Limpias tus lágrimas y poco a poco vas tomando conciencia.
Sigues viviendo en tu mundo.
Las cuatro paredes de tu habitación te rodean. Escuchas tras una de ellas las voces de tus padres y tras la ventana el ruido proveniente de la calle. Haces memoria sobre tu vida; recuerdas tu trabajo, qué comiste ayer, el abrazo de tu sobrino o la serie que viste anoche. Saliendo de ese ensimismamiento caes en la cuenta de que tus dedos tamborilean sobre tus rodillas impacientes. A falta de una dosis de realidad decides salir a caminar. Te levantas pisando firme, con miedo de la posible fragilidad del suelo o de que sea otro truco, y te diriges a la calle, con lentitud, inseguro de qué puede haber ahí fuera.
Mientras bajas un escalón tras otro, los pensamientos siguen paseando por tu mente. Sonríes por una conversación contigo mismo de antaño, que ni sabes por qué, pero ahí está, resonando en tu cabeza mientras un surtido de colores te ciega. El olor a tabaco te desagrada y cuando comienzas a avanzar por la acera, alguien que gira una esquina se choca contra ti de manera inoportuna. Se disculpa contigo, haces lo propio y se aleja. El golpe te ha provocado un ligero malestar en el hombro que te deja parado, asimilándolo todo. Lejos de molestarte, esto te hace aspirar profundamente, abriendo los brazos y girando sobre ti mismo, sintiéndote lleno de vida.
Ha sido en ese instante en el que has comprendido que no importa qué haya o qué suceda ahí fuera, que siempre puede haber algún momento en el que tu cabeza se encuentre en la más absoluta soledad.
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