Se estaba hundiendo poco a poco, sin poderlo remediar. Tras probar por sí misma a salir, vio como aquellas arenas movedizas le tragaban aún con mayor rapidez. Debatiéndose entre la vida y la muerte, comprendió lo inútil que era luchar y prefirió abandonarse a su propia suerte; dejar que la vida siguiera su curso e irse cuando tocase, si es que ese era su momento. Aprovecharía el poco tiempo que le quedase de cordura haciendo un repaso a su infancia, su adolescencia, sus errores y aprendizajes. La típica película que pasa ante tus ojos estando a punto de morir. Solo que esta vez, ella misma fue quien quiso recrearla mientras esperaba su desenlace. Creía firmemente que era su fin, pero no sabía cuándo le llegaría.
La valentía y entereza con la que esperaba su trágica muerte se difuminó de manera veloz e inadvertida, de tal forma que no notó sus miedos y temblores hasta sentir algo sobre su cara. Las lágrimas habían cobrado vida sobre su rostro, haciendo su ruta y lamiendo sus mejillas hasta caer sobre la arena tan traicionera que la envolvía.Recordaba quienes la dejaron atrás y a quienes ella estaba a punto de dejar. Recordaba todas esas cosas que tenía en mente por hacer y todas aquellas otras que le encantaría pero no se atrevía ni tan si quiera a soñarlas.
Se hundía muy lentamente, el tiempo parecía no avanzar, pero cada vez estaba más atrapada, más tensa, su cuerpo más dolorido y ella más angustiada y aterrada. Pero todo eso poco importaba, los recuerdos siguieron llegando como un torbellino que remueve y lanza todo por los aires, apartando todos los pensamientos y provocando grandes daños. Junto a sus memorias vinieron los remordimientos y las preguntas. Todas esas veces que se preguntó un por qué y no encontraba más respuesta que un "por no haber sido capaz". Y entre tanta culpa, llegó la rabia. Rabia de por qué a ella. Por qué debía sufrir tanto. ¿Qué había hecho tan mal en su pasado para haber llegado a este punto?
Siempre trató de actuar bien, de la manera más correcta posible y sobre todo sin dañar a nadie salvo a sí misma. Esto pasa cuando antepones a todos a ti; a veces, los intereses no son los mismos y se requieren sacrificios. Ella. Se sacrificaba siempre ella. Quizá todo eso la llevó hasta ahí y eso solo era otro sacrificio más.
La ansiedad, que posiblemente aguardase paciente anteriormente, ahora comenzaba a ser incansable aporreando la puerta. Le pudo la prisa y ahora se hacía notar con mayor fuerza. El incesante bombeo de su corazón con una rapidez mayor a lo común empezaba a ser insoportable y doloroso.
<<Cálmate y respira. Sabes hacerlo, contrólate.>> Hiperventilando, se sorprendió a sí misma, ya que pese a todo, algo de cordura luchaba y seguía con ella. Lástima que fuera algo tan efímero y por cada atisbo de esperanza hubiera treinta pensamientos dispuestos a arruinar toda opción de salvarse.
Trató de cerrar los ojos y agitar la cabeza para alejar esos ideas nefastas, pero era tarde. Estaba enterrada hasta la barbilla, ni su cabeza podía mover. De nuevo vislumbraba su fin y las lágrimas brotaban con mayor intensidad.
La arena cubrió sus parpados y se recordó encerrada en su habitación, su refugio, llorando y abrazada a su almohada, que a menudo era su única defensa en casa. Pero esta vez no.
Oscuridad. Gritos y golpes. Llantos. Temblores.
Caos.
Su cabeza era un volcán que todo lo que contenía en su interior y ahora estaba expulsando era auténtica lava que arrasaba con todo a su paso. Ella estaba en medio de todo, siendo también arrastrada.
Notando los últimos milímetros de frente siendo cubiertos, entre una terrible agonía y unas ganas de luchar sin éxito alguno, sin más, se hundió por completo.
<<Unos segundos más y todo habrá acabado>> pensó.
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La luz aumentaba de intensidad gradualmente, para no ser dañina a la vista. La música sonaba de fondo pero le era perfectamente reconocible: su canción favorita. Su pecho dejaba de doler, sus pulsaciones volvían a la normalidad. Respiraba cada vez de manera más relajada y pausada, pudiendo controlar el aire que inhalaba y exhalaba.
Las cadenas que la habían mantenido atada yacían rotas a sus pies. Entre los eslabones partidos podía leerse <miedo>; Eso que acababa de superar, una vez más, en un nuevo duelo que ella nunca buscó.
A sus espaldas se encontraba todo aquello que le ayudó a librar esa batalla de su cabeza. No necesitaba girarse para verlo, pues sentía en sus brazos los hilos de los que tiraba su gente, los fieles que nunca le fallarían. Sentía unas risas inconfundibles, de dos pequeñas personitas por las que rezaba no ver corroída su inocencia con el paso de los años. Estaban también sus sueños y metas. Sus abrazos pendientes de dar, sus te quiero por decir. Tenía mil batallas más que librar -y vencer-. Tenía un mundo que recorrer e incontables opiniones que pisotear para sentirse bien consigo misma sin someterse a más torturas ni juicios morales. Tenía una fortaleza por seguir construyendo y un mundo al que contárselo.
Por todo eso y otros muchos motivos que ella misma aún desconocía, sabía que la opción de rendirse no era válida, ni ahora, ni nunca.
Nada sería fácil, pero mientras tuviera manos a las que sujetarse, no habría pozo que la sumiera para siempre y volvería a la superficie.