martes, 1 de diciembre de 2020

Como si nada pasara

Hay un par de ojeras pintadas en mi cara.
Volveré a estar flotando, por otra noche, 
entre el vaivén de los coches, 
en la que mi cuerpo no descansaba.
Es demasiado temprano para alguien sin aspiraciones como yo. 
Veo los primeros tonos de azul pensando en qué momento dejé de ser un soñador. 
¿Tanto sufrí en todo lo que crecí?
Recuerdo que yo no era así. 
Corría, saltaba, mal, pero incluso bailaba. 
En algún momento me creí feliz. 
Ahora veo la vida pasar, 
el tic-tac sonar,
y sé que si las manecillas se parasen 
me daría igual. 
El frío está ahí, 
el menos cero se nota,
mi cuerpo se engarrota, 
Pero no es eso lo que cala en mí.
Miles de agujas atraviesan mi pecho. 
Duele, grito, sangro, avanzo. 
Es todo lo que quise y nunca he hecho. 
Está todo en mi memoria;
Cada cagada,
cada fobia. 
El tiempo a nadie espera, 
Asúmelo,
Nuestra infancia nunca se recupera. 

Estoy ansiando un café
pero no me quiero mover.
No quiero que me escuchen despierto, 
no sabría explicarles que estoy desierto. 
Se me nubla la vista y solo veo un garabato. 
Así es mi vida, 
que se difumina, 
y adiós a mi futuro más inmediato. 
Miro afuera y hay luces y sombras. 
Cierro los ojos y hay cruces por bombas. 
Me sobresalto aún sin ir conmigo
porque puede que mañana se vaya un amigo. 
No por no tenerlo delante va a dolerme menos. 
No por sonreír mis días pasan más amenos. 
Así como diferentes tipos de color
hay diferentes tipos de dolor. 
Mirando al cielo sé que avanzó el minutero, 
toca afrontar otro día del que nada espero. 
Por muchas cosas que tengo no basta. 
Así aprendí que aún ricos la vida se gasta. 
Se escucha el ajetreo de la calle,
es la hora de que mi mente se calle. 
Es momento del fin del lamento, 
activar el off del dolor. 
Hay que ponerse la máscara, 
hay que tapar esta cara. 
Bajo esta piel ahora no duele nada
aunque solo sea una falsa fachada. 
Voy a abrazar a mi madre
dando la espalda a la ansiedad. 
No tendrá piedad, 
pero atacará más tarde. 
Sabe de su poder 
Y de ello hace alarde. 
Buenos días mamá, 
no dejes que el momento 
entre tus brazos se acabe. 

viernes, 16 de octubre de 2020

Soledad

Todo lo que creías que era tu mundo ahora carece de importancia. De un momento a otro ha dejado de existir. Queda atrás, en el pasado. Tan lejano que no puedes recordar nada de él. 
De repente te ves sumido en un oscuro vacío, con una sensación de vértigo, con la impresión de estar cayendo sin saber a dónde, sin tener ni idea de cuándo aterrizarás. 

La soledad te abraza; notas sus negros brazos, que no ves, pero sientes como te rodean. La ropa deja de mostrar tono alguno, por más que parpadees no te acostumbras a la oscuridad y no puedes visualizar nada, ni el más mínimo atisbo de color. Estás rodeado de arriba a abajo de un negro tan oscuro que notas incluso su espesura en el ambiente.
La más absoluta soledad te embriaga. Ahora ves, escuchas y respiras soledad. Te ha envuelto por completo y ya ni tan siquiera piensas en tu familia o amigos. Ya no importan porque ahora solo estás tú y tu soledad, y ella supera a cualquiera. Los ha deshecho de tu memoria. Esforzarte para pensar en ellos es en vano. Te nubla los pensamientos porque en tu mente ahora solo habita una sensación de soledad.
Notas algo que en su día serían ganas de vomitar, pero ahora no tienes ni eso. Tampoco sabes si tienes algo que echar, ¿cuándo fue la última vez que comiste? No tienes ni idea de si estás lleno o hambriento. No sabes qué te ocurre ni cómo describirlo. 
No sabes si estás cansado o no, pero te gustaría dormir, o si ya lo haces, despertar de esta pesadilla. 
Quieres caminar pero no sabes si ya estás dando pasos. No sabes si avanzas. No ves camino, no te ves a ti, no notas tus piernas, no notas nada. No sabes si estás flotando o sobre una superficie, de pie o tumbado.
Sientes que te estás asfixiando aunque no tardas en darte cuenta que no aprecias si estás respirando o no. Intentas coger aire, pero en tus pulmones no entra nada. No notas tu pecho palpitar por el bombeo de tu corazón, pero tampoco puedes palpar tu pecho en busca de esos latidos ya que no comprendes si tus manos no reaccionan o es que no sienten nada, porque tú intuyes que sigues teniéndolas junto a los dedos, pero no hay forma de comprobar si aún forman parte de ti.
Tratas de gritar con todas tus fuerzas, quieres pedir ayuda aunque no sabes a quién; no puedes pensar, no hay nadie que se te venga a la mente. Tampoco recuerdas una palabra apropiada que decir, igualmente, no salen palabras de tu boca o algún otro sonido. ¿O es probable que no te oigas a ti mismo?
Lo único que alcanzas a escuchar son los gritos de la soledad.
Te han arrebatado incluso las palabras, dejándote vacío y solo. Solo y desarmado. Desalmado.

lunes, 31 de agosto de 2020

Ilusiones

Quizás la culpa no era más que mía. No había nadie ni nada más al que cargar el muerto.
Siempre era yo. Yo y mi estúpida manía de ilusionarme.
Mi torpe costumbre de creer que podría volver a sentir las mariposas en mi estómago, cuando si las hubo tiempo atrás, ya murieron. Ahora en su lugar es carne putrefacta lo que habita en mi interior.
Tampoco hay ya nada de ese león que se comía las mariposas. Ahora es un gatito y mis ilusiones su ovillo con el que jugar, de aquí para allá, ajeno a cualquier realidad.
Pero ese minino se asusta ante el ladrido del perro que corre en su búsqueda, como si le fuera a alcanzar. Rápido y astuto huye, por ésta vez, pero vive intranquilo. Aún así, mejor inseguro viviendo su vida a su modo, que creyéndose libre mientras le ponen el bozal y la correa, más pareciendo una marioneta en sus manos. 

Todos somos dóciles. Alguna debilidad tenemos y la mía son las ilusiones. 
¿Cómo fui capaz de dejarme engañar?
Aunque es fácil hacerlo cuando crees firme y ciegamente en algo. 
Creí que sería posible, que una vida mejor y más feliz estaría ahí para mi, a la vuelta de la esquina. Que no tenía que hacer nada, que simplemente, llegaría. 
Quizá pensé que ese golpe de suerte llegaría en forma de nombre y apellidos. 
Que vendría en la complicidad que nace tras un abrazo al celebrar un gol en el campo de fútbol de mi equipo. 
En un cruce de miradas en el autobús. 
En el roce de manos al ayudar a recoger algo caído, como en las películas.
De unos favs en Twitter. 
En la sonrisa al repasar las fotos de Instagram.
Pero podría haber sido perfectamente un viaje. 
El típico sorteo que nunca toca, pero por una vez, se rompen los esquemas y ganas.
Algo tan simple como una felicitación por el trabajo bien hecho, en vez de sólo machacar cuando fallas.
Puede venir en la sonrisa de un niño pequeño que me mira en plena calle.
En el olor a lluvia cuando estoy más decaído.
Ese trébol de cuatro hojas, que esté ahí en el suelo, como si llevara mi nombre. 
Aquel paquete que olvidé que había pedido y me cambia el humor.  
La carta de un conocido. 
Ese mensaje que todos esperamos y que nunca llega.
Que mi artista favorito me mire a mi, entre el público, cuando recite mi frase favorita.

Pero, ¿qué más da? El café se me enfría. El helado se me derrite. Los planes siempre me salen al revés. Mi vida es un continuo traspié. 
Empezar algo y dejarlo a medio hacer.
La cantidad de historias que dejé sin terminar porque en la vida he sabido cómo avanzar, ni cómo hacer un bonito final. 

jueves, 6 de agosto de 2020

2020

Era ya tarde, la noche había entrado hacía varias horas cuando Ellie se tumbó en la cama. Sabía que era de esas veces que no dormiría fácilmente, que su mente estaba muy activa y no le daría tregua ni paso al descanso. Pese a ello, cerró los ojos con la intención de intentarlo.

En su cabeza se juntaron miles de pensamientos, ideas y recuerdos. Fue como si de la nada se dibujara una puerta y se agruparan las sensaciones más rápidas en llegar, luchando por querer pasar y visibilizarse antes que nadie. Era como tirar de un hilo de una cajita llamada ‘2020’.

Su cabeza se incendió como si de un bosque australiano se tratase. Entre la nube de humo y polvo de cenizas pudo ver un cadáver, lo reconoció rápidamente por todo lo que se había hablado de él: el general iraní. Trump estaba sobre él, riendo triunfante por haber sido la voz que dio luz verde al asesinato de ese hombre. En segundos el fuego le abrazó y trepó por su ropa, dejándolo desnudo. Por las lenguas de fuego que se alzaban a su alrededor y las llamaradas que aún se producían, se le veía de un color anaranjado, como si fuera un Dorito.
Ellie en su trance apretó dientes y párpados, y las ascuas empezaron a desaparecer. El humo cesaba, el cielo grisáceo se empezaba a tintar de verde y de la nada, empezaron a caer ceros y unos. Como si viviera en Matrix.
Comenzaron a apreciarse toda cantidad de números, juntándose, formando cifras cada vez más elevadas, creciendo por miles, como los contagios y muertes que un virus deja a su paso tras una pandemia.
Los miles se convirtieron en millones, en billones, y cada vez aumentaba más, nublando todo espacio ante su visión. Cuando ya no se distinguía un tres entre un ocho, un uno de un siete, o el seis se mezclaba con el nueve, lo que se formó por encima de todo era una máscara bastante famosa: Anonymus. Ofrecía su luto a una nueva muerte racista a manos de los policías de Estados Unidos. Antorchas encendidas inundaban las calles con gritos de “George Floyd”. Las protestas llenaban la ciudad, los altercados en las comisarías eran inevitables, y con ello, detenciones que llenaban calabozos. Una celda en concreto le llamó la atención, por la figura que aparecía tras unos barrotes, imagen que se volvía cada vez más nítida, permitiendo reconocer su rostro. ¿Ronaldinho? ¿Pero qué sentido tiene ese mago del balón, del fútbol, en la cárcel? Con una patada manda una pelota que se aproxima hacia Ellie haciendo que se sobresalte, mientras la pelota avanza entre botes. Boing, boing… Sorprendentemente, en cada saltito ganaba altura y en uno de ellos se elevó, despacio, permitiendo ver cómo se pierde en la altura, en la más absoluta oscuridad.
Tras un parpadeo, se pudo ver arriba un puntito moviéndose. Pensó en la pelota, pero apreció una forma así como aplastada. Giraba sobre sí misma, pero aproximándose. Creyó ver una figura ¿verde? ¿Son…?

¡Piii! ¡Piii!
Una alarma sonó estrepitosamente y el típico cartel de advertencia de las páginas de internet apareció ante sí:

viernes, 26 de junio de 2020

Metamorfosis literaria

La mariposa parecía querer mostrarse ante aquel público maravillado por sus colores. No paraba, danzaba en el aire, fluía con calma, dejando apreciar su belleza innata. Si pudiera hablar, estaría diciendo: ¡miradme!

Como la propia mariposa, la escritura también tiene su metamorfosis. El cambio es progresivo.
Aquí podremos apreciar ya cómo está siendo dañada en su transformación:
La mariposa parecía kerer mostrarse ante akel público maravillao por sus kolores. No paraba, danzaba en el aire, fluía con kalma, dejando apreciar su bellesa inata. Si pudiera ablar, estaría diciendo: q me miréi coñoooooo

Y ya, finalmente, sale el capullo de su interior. A la pobre mariposa ahora la ha retratado un KaNi nivel 9999:
La marisopla paresia kerer mostrarse ante akel público maravillao por su colorío. No paraba quieta la iaputa, dansaba en er jaire, fluía con kaaaalma, ellos quierenvercomo lo meneaaaa, dejando apreciar su guapura: si fuera ma guapa, reventaba. Si pudiera ablar, estaría diciendo: iiillloooooo ira ira iraaaa lo parto e o nooo??


Es un ejemplo bastante banal, pero, creo que es obvia la inmensa necesidad de una buena escritura, es difícil leer así, o al menos, tomarlo en serio. POR FAVOR, un poquito de buena ortografía...

(Agradecimientos a mi Tequila, sin ella, estas risas no podrían haber sido posibles)

jueves, 16 de abril de 2020

Enjaulado

Es inevitable mirarte y no sentir lástima. Fíjate... Tan lleno de vida, con toda una eternidad por delante, tan bonito, con tantas ganas de explorar. Con todo aún por investigar, por descubrir tus propias capacidades. 
Deberías poder admirar ese plumaje tan colorido, que tanta pena da ver cómo se desentiende de ti, cuando alarmado revoloteas entre los barrotes, cayendo lentamente, zigzagueando en el aire camino al suelo pluma tras pluma. 
Y pensar que, con tu habilidad para volar no puedas surcar los mares...
No puedas atravesar un arcoíris, no puedas empaparte bajo la lluvia. Que no puedas ir de aquí para allá cada día y en cambio, tengas que ver cada día la misma jaula. 
La misma mano cada día alimentándote de lo mismo, cuando tú mismo podrías conseguir tu alimento, picotear de un lugar y de otro, una pipa, una migaja de pan, lo que encuentres, lo que te plazca. 
Tener que beber del mismo agua en un minúsculo bebedero y no hundir tu pico en un charco, en el reguero de una maceta o las gotitas que caen de sus hojas, o de un lago viendo tu reflejo, si quisieras. 
En cierta medida, pequeño pajarillo, soy un poco tú. Atrapado en mis cuatro paredes. A veces físicas, a veces, las que me encierran mentalmente.
Limitado, casi sin poder dar besos o abrazos por miedo, por ausencia. Confinado, sin poder huír. 

Veo el tiempo volar ante mis narices. 
Días que pasan: su amanecer, su atardecer, su anochecer... Sé que transcurre porque avanza el reloj, pero mi corazón ha pasado todo el día en la sombra. Tanta luz afuera y ni un rayito es capaz de iluminar mi alma en épocas tan sombrías. 
Veo oportunidades que se marchan, otras, que nunca llegarán.
Veo gente partir sin poder apretar su mano. Sin un adiós. Tan rápido, tan duro.
Lágrimas que nacen y mueren en mi rostro, porque nadie las puede secar.
Se me escapan sonrisas sin que nadie me las pueda morder.  Otras sonrisas mueren de pena, de ver que no son valoradas.

Por muy rodeados que estemos, a veces, nos sentimos más solos que nunca.

Te entiendo demasiado cuando estás ahí dentro, pajarillo. 
El mundo es muy grande pero a veces también me siento enjaulado. Y es inevitable...

La vida pasa, me pesa. A menudo me consume demasiado rápido, tanto que no da tiempo ni de ser feliz. 

lunes, 3 de febrero de 2020

En la misma calle

No sé si odiarte. 
No sé si aplaudirte, por esa valía. 
Aunque siempre he tenido un dilema, ¿valentía o cobardía? 
Conociéndote como creo que lo hacía, apuesto por lo primero. Por desgracia, creo que jamás sabré si pesa más todo lo que dejas atrás, o todo lo que te empujaba a dar este paso. 

Estoy en shock. 
No sé si estoy enfadado, si debería estar aliviado pensando en que esto sería lo mejor y por eso lo has hecho, pero no, no puedo pensar en eso. Estoy intrigado, impactado. Confuso. Estoy sin creérmelo, sin querer aceptar la realidad. Estoy triste. Agotado. Es duro intentar hacer mi día a día, sin que se note, sin ser capaz de decirle a nadie qué ha ocurrido y por qué estoy ido. 
Tengo un millón de preguntas, y algo en mi cabeza diciéndome que me niegue a creer lo que cuentan. Difícil de encajar. 

Estamos cansados de que nos cuenten eso de "vive, que la vida es breve. Disfruta, aprovéchala. Nunca sabes qué puede suceder", pero parece que a veces se nos olvida, hasta que la vida nos da una hostia de realidad y nos abre los ojos de golpe. O nos los cierra.
Y qué putada, ¿no había otra forma de recordarlo? Porque esta hostia ha tenido un nombre y es demasiado dolorosa. 

Ojalá seamos más atrevidos y con menos miedos. Porque el miedo sólo nos quita oportunidades, momentos. 
Mil veces me he odiado y a la vez obligado a ser más activo, a  hacer eso que no me atrevo. A cambiar algo de mi vida. Porque siempre se puede mejorar. Siempre hay algo que nos falta por hacer. 
¿Y si mañana es tarde?
Nunca sabemos qué puede ocurrir, ni cuándo. 
¿Sabemos cuál es nuestro límite a soportar? ¿Cuándo vamos a explotar?
Quizás la manera de evitar eso sea plantar cara al miedo y actuar. Buscarnos a nosotros mismos, pensar qué queremos hacer, y sin más preámbulos, hacerlo. 

Podemos, ya de paso, ser un poquito más humanos. NUNCA vemos la realidad tal y como es, si no como nos la quieren enseñar.
¿Cuánto dolor hay tras una mirada? ¿Cuánto sufrimiento esconde una sonrisa? 
Y tú, ¿cuál era el precio de que te vieran sonreír? Porque tras tantas risas, ahora has pagado un precio bastante caro, e injusto.

Descansa allá estés donde estés, desde hoy en el cielo hay un ancla nuevo. 
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